lunes, 9 de noviembre de 2015

Padres, zapatos y bolígrafos sin tinta


-Nunca tires nada que pueda servirte en un futuro.- me decía mientras se desataba los cordones de unos Fluchos sin estrenar que había comprado hacía dos años.
-¡Oye, papá! ¿Tienes algún boli azul que pinte?- gritó mi hermano desde el salón.
-¿Ves lo que te digo Pilar? Hay que ser previsor y nunca previsible.
Me hizo pensar como tantas otras veces mientras le ponía cara de no prestarle ni un mínimo de atención. Así es mi padre, casi no habla pero cuando habla lo suelta todo en una frase y luego vuelve su silencio. El silencio que rompe silencios al unirse al mío.
Cuando abrió la caja de los bolis azules que pintan lo entendí, había que llevar siempre los Fluchos bien atados, por si en un momento dado, había que salir corriendo.’

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-Es que eres como tu padre, igualita.- me decía mi madre mientras yo intentaba cuadrar mi semana de exámenes, trabajos y médicos. Y tenía razón, si algo quedaba suelto no podía empezar a hacer nada, planificación y acción, orden interno y pocos cambios.
Ella no era así, no pensaba como nosotros, no creía que fuera posible tener todos los cabos atados, creía más bien que cada cabo necesitaba un lazo distinto y que eran las circunstancias las que marcaban los tiempos.
Mi madre no sabe dónde están los bolis azules que pintan pero en cinco minutos va a la papelería y viene con uno nuevo.
Nosotros siempre seremos de adaptar el suelo a los zapatos que llevemos atados y bien atados y ella, como su padre, como mi hermano, de elegir calzado según el tipo de suelo que toque pisar. 



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