lunes, 25 de febrero de 2013

La medicina universal


¿Hay algo más espontaneo que un abrazo? Simple, sincero y cómodo. Momento eterno donde los haya. Es bonito, ¿no? Quieres decirle a alguien cuánto lo quieres y sólo tienes que alzar los brazos, traerlo contigo y apretarlo con todas tus ganas. Y por unos segundos sientes que sostiene tu vida y que te dice: ''Aquí estoy yo''. Y aquello causa en ti tal grado de satisfacción que durará tanto como recuerdes ese instante. Y es que a veces esos segundos no mueren nunca, permanecen en ti para siempre. Porque algunos abrazos se sienten tanto que es imposible olvidarlos. Hablo de esos con sabor a reencuentro,  esos que se han aguantado tanto tiempo que cuando llegan explotan junto con todos aquellos que no se han podido dar.
Hablo de el ''primer abrazo'', ese que te demuestra que tu confianza con esa persona ha crecido tantísimo en tan poco tiempo, que necesita expresarse de algún modo, ¿Y qué mejor modo? Hablo de los abrazos que reconcilian, esos que te hacen pensar cómo diablos has podido ser tan estúpido de enfadarte con una persona que vale tantísimo, los que intentan decir ''Menos mal, no aguantaba un segundo más sin ti.''
Hablo de los abrazos que te dan cuando no los pides.Y cuando uno no los pide es cuando más lo necesita. Esos que recibes con un nudo en la garganta con lágrimas que habías podido aguantar hasta ese momento. Y entonces sientes que aquellos brazos te protegen  y aquella persona te entiende. Y ayuda, bastante. Y estos abrazos, más tarde o más temprano se responden. Necesitan otro de agradecimiento, mucho más alegre, que demuestre lo mucho que le ayudaste. Que diga: ''¿Qué haría yo sin ti?''. Y todo esto sin decir nada, con un simple gesto que dice tantísimo. Que es capaz de expresar lo mejor que llevamos dentro de nosotros mismos, para dejarlo eternamente en el alma de otras personas.

miércoles, 20 de febrero de 2013

Que la vida te sorprenda.

¿Hay algo más simple que una pompa de jabón?  Y aun así, es motivo suficiente para que un niño la mire perplejo. Es curiosa, la facilidad con que te sorprendes cuando eres pequeño. Lo más mínimo vale. Un caramelo, una flor, un cubo y una pala. Porque cuando eres un niño, es más que eso. El caramelo no es un caramelo cualquiera, es el que acaba de darte tu abuelo diciéndote que se lo ha traído un pajarito. Y dondequiera que esté el pajarito, tu le das las gracias. Una flor es solo una flor hasta que decides cojerla para llevarsela a tu madre y ella, aunque sabe que no va a aguantar más de un día sin marchitarse, la pone en agua para que sonrías. Y un cubo y una pala son  las herramientas perfectas para descubrir un tesoro en la playa o incluso llegar a la China, todo es posible. Pero los niños crecen, y los mismos que se sorprendían, ahora viven un día a día rutinario. Sin sorpresas. Sin emociones ni pequeños descubrimientos. Sin aprendizaje. Sin dejar volar un poco la imaginación.Comprendes que tu abuelo es el pajarito, que tu madre nunca guardó las flores y que la China está demasiado lejos  para llegar desde Punta Umbría.  A medida que te haces mayor, más convencido estás de que ya no te queda nada por ver. Y es precisamente, esa errónea idea, la que nos ciega. Y día tras día matamos al niño que un día fuímos, condenándolo a desaparecer. Y junto al niño, se va la chispa de la vida. Esa que nos hacía despertar saltando de la cama el primer día de colegio. Esa que nos hacía arrancar la flor para mamá. La que nos daba fuerza para seguir cavando. La que nos hizo silbar por si le daba por aparecer al pajarito con un caramelo. La misma que no nos dejaba dormir el día de reyes. La que nos dejaba en Babia por culpa de una pompa de jabón. ¡Qué tontería! Con lo fácil que es ser niño... qué estúpidos son los mayores. Se sienten más maduros por vestir traje y corbata y llevar un maletín, o tener bigote. Y lo cierto, es que sus pajaritos siguen ahí, con el caramelo en el pico, esperando a un niño que ya no está.