domingo, 22 de abril de 2012

Se llama culpa y pesa.


Hay cosas que odio. Entre otras muchas, ese tipo de situaciones en las que hagas lo que hagas alguien sale perdiendo. Inevitablemente, esas situaciones nunca acaban bien y por mucho que sepas que no podías hacer otra cosa, te sientes mal contigo misma. Sobretodo cuando la única salida es hacerle daño a alguien a quien quieres. Es díficil. Encontrar las palabras justas y el momento preciso. Ser sincera sin que duela. Pensar una y mil veces las cosas para no equivocarte. Recapacitar hasta que te duele el alma de tanto replantearte las cosas. 
Pero llega el momento, encuentras las palabras y te sinceras.  
Y después de armarte de fuerzas y acabar con todo, el sentimiento de culpa crece por momentos cuando compruebas que su reacción es la que esperabas. 
Y crece porque no soportas la idea de que una de las personas que más te hizo reír ahora no sonría por tu culpa. 
Y sabes que no serás capaz de volver a mirarlo a los ojos sin recordar el daño causado. Que cada una de las lágrimas que haya derramado te seguirán pesando sobre la espalda por mucho tiempo. Sabes que nunca vas a saber como disculparte por todo esto. Y quieres ayudarlo por encima de todas las cosas, pero te das cuenta de que no eres la persona más adecuada. Y entonces es cuando la culpa decide quedarse a vivir contigo por un tiempo más. Y tal vez ya haya reservado habitación, así que no puedes evitarlo. 
Sabes que no puedes arreglar nada de esto, que el único que puede es el tiempo. Y ese maldito desgraciado parece estar siempre de descanso en los malos momentos. Es como si no quisiera moverse, como si hubiese decidido quedarse ahí parado junto con la culpabilidad.
 Pero si apartas un poco las agujas que han empezado a moverse del revés de lo lento que van, y tratas de desvanecer un poco la culpa, si te pones de puntillas y alzas un poco la vista, ahí sigo yo. Queriéndote aunque sea de un modo distinto y esperando que la vida te sonría tanto como sonreí yo contigo. Pidiéndole a no se quien que todo vaya bien y que si alguien se queda contigo a vivir, sea la felicidad. Y sobre todas las cosas, esperando que el tiempo se haga tu amigo y decida correr muy rápido a tu favor, porque cuando el tiempo corre, siempre, siempre, siempre son momentos buenos. De esos que tú te mereces.

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