domingo, 6 de noviembre de 2011

Aprender a aprender.

Todos tenemos algo en común. Nadie se libra del dolor.
La vida no entiende de favoritos, y tarde o temprano a todos nos toca sufrir.
De todos esos, unos pocos tenemos la suerte de poseer una defensa. Un escudo, nuestra coraza.
Hemos de sentirnos afortunados por tener a alguien que se preocupa por nosotros en cada mínimo detalle.
Alguien que tiene miedo de que una lágrima se deslize por una de nuestras mejillas.
Alguien que no dejaría que nos pasase nada, incluso si eso significase sufrir él.
No lo niego, es una gran suerte.
Pero un día pasa que esa persona no puede estar en todas partes a la vez y, como es normal, no puede protegernos siempre. Ese día nos sentimos vulnerables, indefensos.
Igual que un niño pequeño si le falta su flotador y no se atreve ni a mojar sus pies en la orilla, por si acaso.
Es genial tener a alguien de tu lado que te ayude a sostener el peso de la vida; pero llegará un día en el que tengas que enfrentarte a tus miedos tú solo. Un día en el que tengas que elegir tú que camino tomar, sopesando por tí mismo los pros y los contras. Un día en el que tengas que tirarte al agua y aprender a nadar, eso sí, esta vez sin salvavidas.

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